UN CORAZON A PRUEBA DE BALAS - PARTE III

Detuvo el coche en la explanada de la mansión de su jefe, hizo sonar la bocina tal y como se lo habían indicado y se bajó del coche.
De pronto, un culo se acercó a el, una mujer 20.000 puntos de buena se aproximaba, una mujer como ninguna otra había visto Piet hasta el momento.
- ¿Vos sos el chofer? - le dijo a Piet mientras lo miraba en tono pedante y pluscuanperfecto.
- ¿Quiere que la lleve directamente al central park museum of the zapato de charol? - respondió Piet.
- ¡Perfecto! necesito zapatos, ¿como lo sabías? - le preguntó con cierta intriga y lo mironeaba un poco más en busca del truco.
- Tengo pensado dejarla en la puerta, conozco al de la entrada, pasará sin problemas, se que es difícil estacionar el coche, pero yo la esperaré en la puerta, así nadie la molesta, señora - soltó Piet que aprovechó una décima de segundo para pispear el escote de la doña. Un escote turgente como el que usaba Sofia Loren en sus películas de preadolescente exhibicionista.
- ¡Bien nene! no la cagues que empezaste bien, no la cagues - repitió la señora pulposa mientras se introducía en el Lamborgino Reni.
Piet cerró la puerta de la señora muy amablemente, aprovechó para peinarse un poco mientras se dirigía a su puesto de chofer, se sentó, comprobó espejos, clavó otra pispeada y se dirigió directamente al sitio prometido.
Pasaron cerca de 45 minutos de compras hasta que Piet la vió salir cargada de bolsas. No lo dudó y la ayudó, llevando el peso de las cajas hasta el coche y metiendo todo meticulosamente ordenado cual tetris de ganador en el baúl.
- Tené cuidado que estos zapatos, valen más guita que tu vida! - le soltó la señora.
- ¿La llevo al restoran Don Ñoqui Ponedore? - le preguntó Piet mientras terminaba de ordenar el baúl y esperaba una respuesta que lo cambiaría todo radicalmente...

- Eso es lo que vas a decir - Dejó la frase en el aire que como una ráfaga de viento frío se metió en los huesos duros de Piet. Deslizó un "Llevame acá" mientras le extendía una tarjeta de un hotel con una dirección dudosa. Los finos dedos con uñas esculpidas de color Negro se mostraban firmes y dejaron a la vista del chofer de turno el tiempo suficiente como para leer la dirección y retenerla.
Piet confundido, trataba de orientarse y retener la dirección que se había esfumado ante sus ojos.
Puso primera, luego segunda para finalizar poniendo tercera. Agarró la avenida de los INCAICOS y mientras el sol le pegaba en las oscuras gafas rainbow veía por el espejo retrovisor como la señora sacaba de su cartera Pier Carben un frasco pequeño de un perfume más caro que su sueldo de 5 meses.
Se ponía debajo de las orejas, una pequeña ración en el cuello y en el prometedor escote.
Sacó un espejito y se peino el único mechón de pelo que se había safado de su pelo recogido.
Un semáforo en rojo en la calle Carcas frenó la marcha contínua. Un jóven que toda su vida había vivido en la calle se acerco con un limpia vidrios.
- Que ni se le ocurra tocar el auto con sus sucias manos - sentencio la señora.
Piet, abrió la ventanilla para darle una moneda y anticipar el posible inconveniente. El jóven agarró la moneda y con un insulto se fue al auto que se encontraba atrás.
El semáforo se puse en verde y la marcha continuó. Llegó al Hotel CANENBERG y se deslumbró al ver el lujo de su arquitectura y decoración. La mujer le indicó que ingresara por el estacionamiento y le dio precisamente el número adonde tenía que dirigirse.
- Tercer subsuelo, Ciervo 8.
Piet sin decir una palabra se sacó los anteojos para poder ver dentro del estacionamiento y cuando estaba por estacionar, miró por el retrovisor y vio que la Sra. Petrovilok lo miraba fija e inquisidoramente.
Sus ojos claros parecían golpearlo y tratar de penetrar en su cabeza. El corazón de Piet bombeaba con más intensidad.
- Sólo voy a decir esto una vez... Dijo la mujer mientras el guiso de arroz con pollo que había almorzado Piet se saba vueltas en el estómago de Piet como si fuera un lavarropas moderno de 10 velocidades centrífugas.

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