Erase el típico cancherito medio endiablado que quería ser famoso, quería pero no podía porque acarreaba un detalle en su personalidad que anulaba todo lo bueno que podía ofrecerle al mundo del séptimo arte...
ERA CAGON
Y ésto querido lector es un factor decisivo a la hora de marcar la diferencia en el mundo cruel que se rodeaba.
Su nombre es indistinto con lo cual lo bautizaremos como Brad Pito.
Pese a que su andar de fracasado es un hecho irrefutable, hubo un día en su vida que puedo cambiar su destino para siempre. El día que por una casualidad se enconcontró con un famoso de verdad...
Eran las 9 de la mañana y algo más, el calor era aceptable y el día soleado predecía una buena onda que a Brad le calo en la vena corta.
Marchóse embriagado con su vestimenta Hawaiiana por la avenida principal de su ciudad destacada, cuando sin más y a su lado se bajaba de un taxi el mismísmo Robert Mepiro con su lunar característico escoltando un rostro cargado de experiencias cinéfilas.
Sos DIOS Mepiro, sos la madre del séptimo arte - le dijo Brad atacando la puerta del taxi sin dejar salir a Mepiro.
Dejame salir nene - replicó Mepiro.
A si lo siento... le amo... le idolatreo maestro! - soltó nuevamente Brad.
Gracias nene, aquí tienes una monedita para ir al MacpatoDonalds.
Y así se quedo Brad, solo en la calle mientras veía como Mepiro se piraba.
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